Es el lugar al que siempre volvemos,
en el que crecimos entre arcos
de acueducto, palacios y templos.
Entre nubes de algodón y cielos rasos,
aprendimos a amar sus prados nevados,
mientras nuestras manos se juntan
para continuar el paseo por las calles,
y volver a pisar sus suelos empedrados.
Recuerdos que evoco en cada uno de sus recodos.
No hay jardín soleado, ni rincón recóndito que
no haya disfrutado.
Siempre ilusiona regresar a su caluroso regazo.
Es su mas preciado regalo.
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