Escribo, para no olvidar,
ese primer beso, fundamental
atesorado y valioso.
Aquellas tardes eternas, tranquilas
de Octubre.
En las que observamos las hojas y castañas,
que por doquier, caían como lagrimas
de oro de los castaños,
renovándose en la cálida luz del atardecer.
Otoño de melodías lejanas,
de sueños con esperanza.
Armonizando la tarde, las
nubes embellecen un cielo
inmaculado, siempre azul.
Mientras, la luna empieza
a prepararse para su primera
danza.
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